El agua de la piscina trepó por sus piernas igual que una serpiente por los nudosos troncos de una selva olvidada en los oscuros confines del mundo, cubriéndola por completo en menos de quince minutos. Los pliegues de su vestido rodearon su silueta, su escote se llenó del líquido transparente y las mangas, esas abultadas y transparentes mangas que tanto trabajo le habían costado a la modista, se pegaron a sus hombros como si se burlaran del costo que habían significado para él. Cuando sus labios se separaron y sus pulmones se llenaron hasta más no poder, supo con seguridad que estaba muerta. No lo habría creído a no ser por ello, inclusive cuando sus miembros cayeran inanimados a cada lado de su cuerpo y su corazón descansara completamente paralizado entre sus protectoras costillas.
Se acercó con las manos en los bolsillos y una sonrisa burlona en el rostro, pateando las perlas que se habían esparcido por el piso de piedra al romperse su collar. El agua comenzaba a tornarse roja, destacando aún más el negro azulado de su vestido que ahora ondeaba cual larga cabellera de sirena afroamericana bajo la superficie. Las olas producidas por el fuerte e incesante chorro ubicado en una esquina de la piscina agitaban el agua, llevando el candelabro para una sola vela que menos de media hora antes se había estrellado contra la cabeza de la mujer hasta sus pies, golpeándolos gentilmente.
Lo recogió, por supuesto. ¿Qué más podía hacer? Debía limpiarlo y colocarlo donde estaba antes de que alguien notara el cambio en el decorado del salón principal. Esa pieza, esa única pieza de verdadero arte conseguida hacía ya muchos años en una diminuta tienda bastante alejada de la ciudad, era la cereza que coronaba al pastel del exquisito y suntuoso diseño, era el objeto que completaba la armonía. Sin él, era simplemente un conjunto de cuadros, sillones, tapices y alfombras sin sentido alguno, sin conexión alguna. Sin él, era un fracaso.
Todo pareció volver a él tan pronto sus manos se posaron sobre el candelabro, retorciendo los últimos minutos, las últimas horas, en cámara lenta. Se vio a sí mismo abordándola en el bar, rodeando sus hombros con su brazo envuelto en el traje de alta costura que llevaba en la reunión de la mañana y comprándole cada bebida que se le había ocurrido. Comprándole el vestido que ella quería, las joyas que ella quería. Escondiendo su perfume de su esposa, los mensajes en el celular, las llamadas, las cuentas. Finalmente, llevándola a su casa el día que ella eligió, haciéndole el amor de la forma que ella le indicaba, escuchándole todos los inútiles razonamientos y planes que ella quería decir. Era perfecto, el sueño de todo hombre, hasta que ella dijo que lo amaba y que haría lo que le pidiera.
Entonces la mató. Era simple, limpio y rápido. Ni siquiera una hora había tomado el deshacerse del peso que lo agobiaba. Si ella quería complacer todos sus deseos, entonces él le exigiría la vida. Si ella quería entregarse por completo a su voluntad, entonces no podría resistirse.
Limpió el candelabro y entró a la casa. Le dijo al criado que limpiara la piscina e hiciera desaparecer el cuerpo, que ya nada quería tener que ver con él.
Mientras colocaba su más preciado objeto en el centro de la mesa para que todos lo vieran y daba la espalda a la piscina excesivamente clorificada que ya había desteñido el vestido de la mujer hasta dejarlo completamente blanco como el de una novia, sonrió. Sobre la ahora calma y pacífica superficie, danzaban burbujas llenas de su último aliento.
Burbujas con sabor a cloro.
Historia dedicada a Arashi, que tanto me quiere y me compara con Meredith.
Agradecimientos especiales a mi profe de literatura por convertirse en mi nueva musa, aunque no lo sepa y a mi papa por la bici nueva. Está hermosa!!
Posteen mucho, mis lindas mosquitas (Ara entiende)
Saludos a todos
XiZu